anna fernandez escribió:
Tenemos a nuestro querido, perro hristo,enfermito,parece ser que tiene MM,es incleible
el veterinario, dice que ha visto infinidad de veces,coger al perro la misma enfermedad
que el amo...solo esperan mi decision...para sacrificarlo...desde el domingo, que cada
dia digo....''mañana''...no puedo,mis hijos y esteban, lo tienen claro...cuidado!!! y yo tambien
pero no puedo.....
anna fernandez
Anna:
No tenemos el placer de conocernos. Yo no estoy enfermo, pero sí la mamá de mi esposa, que vive con nosotros. Algunos por aquí me han hecho el honor de leerme y dedicarme unas palabras, pero en general soy de los que atisba por la cerradura, sin entrar a opinar.
Sin embargo me ha llamado la atención la noticia de su perro, y por eso me decidí a externar unas palabras, con el permiso de mi mujer, Gaby. Yo tuve perros durante toda mi adolescencia y juventud, y sé de primera mano que son los mejores amigos que se pueden tener cuando se es soltero y se vive solo. Y no se me ocurre ninguna razón para que no ocurra eso cuando se vive en familia. El perro se convierte en otro hijo u otro hermano, con todos los derechos e incluso obligaciones. No ensuciar en la casa, no subir las patas a la mesa, cuidar la casa en las noches, en fin. Y saber que ha contraído una enfermedad mortal siempre es muy triste, sobre todo porque puede surgir un sentimiento (erróneo) de culpabilidad.
Sin embargo, al margen de todo eso, está la impotencia de saber que nuestro inseparable amigo, nuestro compañero fiel, va a morir. Comprendo su sentir y, confiando en no aburrirle, le compartiré unas palabras que a mí me otorgaron consuelo cuando tuve que sacrificar a uno de mis perros hace muchos años. Y no son palabras mías, sino de un veterinario escocés de la primera mitad del siglo XX, que ejercía en los valles del Yorkshire, en tiempos en que no existían los antibióticos, y la medicina veterinaria estaba pobremente equipada para tratar las enfermedades de los animales domésticos. Su nombre, reconocido en todo el mundo por las entrañables historias de animales que legó a la posteridad, era James Herriot.
En una ocasión atendió la llamada de una anciana paralítica y muy pobre, que tenía varios perros y gatos, todos muy viejos ya. Cuando llegó a la casa en cuestión, era demasiado tarde. Príncipe, el paciente canino, había muerto unos minutos antes, afortunadamente sin dolor. Se había desmayado y pronto su corazón había dejado de latir. Aunque no era su labor, el veterinario comprendió que la anciana no podría enterrar al perro, y se ofreció a llevárselo para enterrarlo más tarde en otro lugar. Cuando llevaba el cadáver envuelto en su propia gabardina de camino a su auto, pasó junto a la cama donde languidecía la anciana, y ella le pidió que le acercara un momento a su amado Príncipe. Herriot aguardó a que ella acariciara largo rato la cabeza de su amigo de toda la vida, y por fin ella agradeció gravemente y dejó que se llevara al animal. Cuando el doctor volvió unos momentos después, la viejita dijo: "Yo soy la siguiente, señor Herriot". El escocés trató de quitarle esa idea de la cabeza, y le dijo que no pensara en eso, que era una depresión pasajera y comprensible, pero ella lo acalló con un gesto, y le explicó: "No me preocupa mi muerte, señor Herriot. Mi vida ha sido fructífera y satisfactoria y estoy lista para marcharme en paz. Pero quienes me preocupan son mis amigos, mis perros y gatos. He preguntado al respecto a gente muy instruida, y que sabe de religión, y todos opinan que los animales no tienen alma, y no pueden entrar al cielo. Pienso que nunca los volveré a ver, y eso sí me hace sufrir mucho".
El doctor Herriot tomó la mano de la anciana y le dijo: "Si tener alma es ser generoso, leal y cariñoso, entonces los perros y gatos tienen un alma más grande que la de muchos hombres. Yo como veterinario le puedo decir, con plena convicción, que cuando nos marchemos de este mundo, nuestras mascotas que nos precedieron nos estarán esperando en la otra vida, locos de contentos de vernos llegar, y volveremos a estar juntos". Y luego, mientras la anciana le miraba fijamente, añadió: "Y no discuta conmigo, señora, que eso nos enseñan en la Universidad". Y entonces vio como la cara de la viejita se iluminaba con una sonrisa.
Asi que, Anna, si todavía no ha aliviado el sufrimiento de su amigo, no se demore más. Es un acto de amor y misericordia difícil de aceptar, pero siempre es lo mejor que se puede hacer por un compañero que sólo ha vivido para hacernos felices. Por muy doloroso que resulte tomar asumir el hecho, es lo mejor que podemos hacer. Y le aseguro que cuando vea la calma con que se marcha el amigo querido, se sentirá mucho mejor. Y yo tampoco dudo que el día de mañana, les aguardará por ahí, moviendo el rabo, ladrando de contento, y feliz de volverlos a encontrar.
Un abrazo solidario para usted y su familia, y mi humilde bendición para su esposo: "Que el Señor toque su cuerpo y le devuelva la salud, amén". Rezaremos por ustedes, como todos los días, por todos los enfermos.
Ecce signum, José.